El propósito del presente análisis es proveer al lector con una lista razonablemente organizada de rasgos propios del
sistema político mexicano.
Comienzo con aspectos generales de ese sistema político sustentados en
un largo período de unos 700 años, para luego poner atención en rasgos del
sistema político mexicano que prevaleció en el siglo 20 y al final examinar
rasgos del gobierno mexicano actual.
Se trata, por tanto, de una visión dinámica que explora rasgos de los
gobiernos mexicanos desde antes de la existencia de
la nación hasta el presente.
Es obvio que el sistema político mexicano iniciado hacia los años 30 del
siglo 20 ha evolucionado y se encuentra a principios del siglo 21 en una
transición democrática que aún presenta rasgos de tiempo atrás.
La parte primera examina rasgos generales derivados de los últimos siete
siglos. La segunda pone atención más detallada en el siglo 20. La tercera
intenta tratar los principales cambios que presenta la transición actual.
1. 700 AÑOS DE HISTORIA
Esta sección examina rasgos políticos mexicanos remontándose siete
siglos de historia. Es una especie de examen de la tradición política esencial
heredada.
Fragilidad – estabilidad
Si se examina el siglo 20, la impresión general sobre México es la de
una estabilidad política sostenida a partir de los años 30-40. Un rasgo
contrastante con respecto a, por ejemplo, la situación de América Latina
caracterizada por cambios violentos de gobierno.
No hay duda de que ese más de medio siglo hasta ahora fue para México
uno de estabilidad. L. Woldenberg habla de México como un “caso paradigmático
de un país gobernable” en ese tiempo.
Pero si se examinan períodos más largos, otro patrón emerge, muy
diferente. La estabilidad de 70 años en el siglo 20 fue posterior a una época
de severa turbulencia, la de la Revolución, iniciada en 1910.
Igualmente, la paz política de finales del siglo 19 fue posterior al
desorden inmediato después de la Independencia de 1821.
Es un panorama general que alterna períodos de anarquía y lucha por el
poder con épocas de estabilidad, pero de una estabilidad impuesta y autoritaria,
incluso bienvenida después del desorden.
Si arbitrariamente se considera el inicio del Imperio Azteca como el
punto de arranque de México, se tiene una trayectoria de largo plazo que revela
a la estabilidad mexicana con una naturaleza autoritaria:bajo el mando de un
emperador hasta 1521 y desde esa fecha bajo el mando del monarca español hasta
1821; más tarde bajo el mando de Porfirio Díaz, de 1876 hasta 1910 y luego
desde los años 30 hasta el fin del siglo 20 bajo el dominio del PRI.
Más del 86% de ese tiempo, la nación ha sido regida por sistemas de
poder sin contrapesos: emperadores, virreyes, dictador y partido de estado.
Del total de años, unos 70, es decir, 10% en números redondos, fueron de
violencia y lucha por el poder y sólo 2 o 3% bajo un gobierno que pudiera
llamarse democrático.
La fragilidad de la política mexicana ha derivado de las luchas por el
poder, entre quienes no se ponen de acuerdo y dan oportunidad al surgimiento de
una autoridad que impone el orden por la fuerza.
Autoritarismo – democracia – lucha
por el poder
Del punto anterior, por tanto es posible derivar otra característica del
sistema político mexicano: su escasa o casi nula tradición democrática.
La tradición política mexicana es por mucho una de autoritarismo con dos
claros períodos de lucha por el poder. Más datos detallados pueden encontrarse aquí y aquí.
Un par de años después de publicarse ese último artículo, fue
reconfortante ver que lo mismo ha sido confirmado por Enrique Krauze, el
historiador mexicano, quien en una columna del 10 de septiembre de 2006 (Grupo
Reforma) escribió lo siguiente:
“Para ponderar el
grave peligro que se cierne sobre la democracia mexicana, considérese la
siguiente estadística. En los 681 años transcurridos desde la fundación del
imperio azteca (1325 d. C.) hasta nuestros días, México ha vivido 196 bajo una
teocracia indígena, 289 bajo la monarquía absoluta de España, 106 bajo
dictaduras personales o de partido, 68 años sumido en guerras civiles o
revoluciones, y sólo 22 años en democracia.
“Este modesto 3 por
ciento democrático -vale la pena repetirlo- corresponde a tres etapas, muy
distanciadas entre sí: 11 años en la segunda mitad del siglo 19; 11 meses a
principio del 20; y la década de 1996 a 2006.
“En el primer caso,
el orden constitucional establecido por Benito Juárez y Sebastián Lerdo de
Tejada fue derrocado por el golpe de Estado de Porfirio Díaz. En el segundo
episodio, otro golpe de Estado orquestado por Victoriano Huerta derrocó al
presidente Francisco I. Madero”.
La evidencia, por tanto, brinda un fuerte soporte a rasgos del sistema
político mexicano. Su estabilidad es real y ella se ha dado en períodos de
regímenes autoritarios de diversa naturaleza, representando por mucho la mayor
parte de la historia mexicana.
En segundo lugar se tiene casi un 10% de la historia dedicada a luchas
por el poder. Y 3% a la democracia, si es que se considera el principio del
siglo 21.
Jerarquía – igualdad
Otro de los rasgos de los gobiernos mexicanos, derivado de la historia
nacional es la comprensión de la realidad social más en términos jerárquicos
que igualitarios.
Por ejemplo, ha sido señalado repetidamente que la expectativa del
ciudadano mexicano es la de un presidente muy poderoso en cuyas manos es
posible poner los destinos de la nación; un tipo que debe ejercer el poder y
hacerlo sin gran necesidad de observar la ley.
Es un presidente superior al ciudadano e indicativo de una aceptación
subyacente de desigualdad ciudadana
La política mexicana implica la noción de concentración del poder en una
persona o grupo de ellas y nada extraño es que el pasado se refleje en el presente.
Caciques, tlatoanis, virreyes, manos fuertes, presidentes: nombres diferentes,
pero todos con un poder concentrado, centralizado.
Ni ley, ni división de poderes entran en el entendimiento de la política
mexicana. No hay igualdad bajo la ley, ni esperanza de tratos iguales: la
sociedad es jerárquica.
Nacionalismo
El patriotismo criollo creó y arraigó fuertes emociones nacionalistas,
con dos elementos de influencia: el odio y sospecha hacia lo extranjero y la
exaltación de las civilizaciones indígenas de la antigüedad.
El conquistador español es el villano de la historia, el causante de la
caída de brillantes civilizaciones nativas. Los dos rasgos se mantienen hasta
el día de hoy, manifestados en el resentimiento de algunos sectores ante la
inversión extranjera y la preferencia por lo mexicano.
El nacionalismo que sospecha del extranjero fue alimentado por otro
hecho: la pérdida de los terriorios del norte, descuidados por las luchas
internas en el centro del país, y que fueron colonizados por los EEUU.
![http://contrapeso.info/revista/wp-content/uploads/2010/08/contrapeso_dot.jpg](file:///C:/Users/Pao/AppData/Local/Temp/msohtmlclip1/01/clip_image011.jpg)
2. EL SIGLO 20
Paso ahora a examinar algunas de las características del sistema
político mexicano propias del los años más recientes, a partir de los años 30
del siglo 20.
Evolución y gradualismo
El origen del sistema político mexicano del siglo 20 inicia en 1929 y
llega al fin de una etapa importante, la del partido de estado, en 2000, con la
elección de un presidente de oposición a ese partido.
Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario en 1929.
Él era el Jefe Máximo de la Revolución y realiza la fundación no como un
partido político dentro de una democracia, sino como la reunión organizada de
grupos y personas que en su interior pueden solucionar conflictos.
Es una aglutinación de fuerzas revolucionarias, como lo llama Lucrecia Lozano,
y se apropia de los “ideales” de la Revolución, de todos, a los que convierte
en el proyecto político del país.
No más luchas. No más levantamientos. Ahora con el PNR pueden integrarse
los grupos en conflicto y ser mayor que sus partes. Es un real partido de
estado, diseñado para estar y mantenerse en el poder, no para competir contra
otros en elecciones democráticas.
Después de su transformación en el Partido de la Revolución Mexicana
durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, en 1946 se convirtió en el PRI,
quitándose de encima el extremismo cardenista, pero manteniendo la estructura
corporativista con menos ideología y más pragmatismo.
A mitad de los años 40 y hasta el fin de los 60, fue vivido lo que
después sería llamado el milagro mexicano o Desarrollo Estabilizador.
Fueron unas dos décadas de crecimiento económico consistente bajo una
política proteccionista que produjo grandes distorsiones y que en sus últimos
años sufrió un estancamiento.
Al Desarrollo Esabilizador sucedió el Populismo: dos sexenios de política económica expansionista e irresponsable que
produjo una muy severa crisis en 1982, cuya corrección produjo un cambio
obligado dando inicio a La Apertura.
En la Apertura inicia tímidamente el abandono del aislacionismo económico,
de la protección industrial, se ataca frontalmente la inflación y se privatizan
muchas de las empresas estatales; sin propiamente llegar a tener un economía
liberal hasta esta fecha. Es una exageración el reclamo de tener en México una
economía neoliberal.
La crisis de 1982, y muchos años antes, los sucesos de Tlatelolco en
1968, marcan fechas del debilitamiento del PRI-Gobierno y su máxima figura, el
presidente.
Es el inicio de un desvanecimiento muy gradual que termina en 2000, con
la victoria electoral reconocida del candidato panista a la presidencia, un
hecho inaudito y que se realiza sin alterar la paz social del país como sucede
en las democracias maduras.
Pero antes de esa crisis mayúscula del 82, hubo un suceso que muchos
consideran un parteaguas en la evolución del sistema político mexicano: los
sucesos de Tlatelolco en 1968, una especie de rebelión citadina acontecida en
el centro político de la nación y que tuvo un efecto en el sistema político
mexicano.
En los años siguientes se dio inicio a cambios políticos que permitieran
la sobre vivencia del sistema político mexicano en esa nueva realidad. Diez
años después se hablaba de la Reforma Política durante la presidencia de López
Portillo.
Y dejó una herencia importante: el evitar el uso de la fuerza pública
por parte de la autoridad incluso en casos de flagrante violación de la ley por
parte de grupos protestando.
Elecciones Mexicanas 1929-2006
|
|||
Año
|
Presidente Ganador
|
Puntos diferencia
|
Total de candidatos
|
1929
|
P. Ortiz Rubio
|
90
|
3
|
1934
|
L. Cárdenas
|
97
|
4
|
1940
|
M. Ávila Camacho
|
88
|
3
|
1946
|
M. Alemán Valdés
|
59
|
4
|
1952
|
A. Ruiz Cortinez
|
55
|
4
|
1958
|
A. López Mateos
|
81
|
2
|
1964
|
G. Díaz Ordaz
|
78
|
2
|
1970
|
L. Echeverría A.
|
67
|
2
|
1976
|
J. López Portillo
|
100
|
0
|
1982
|
M. de la Madrid
|
54
|
7
|
1988
|
C. Salinas de Gortari
|
19
|
5
|
1994
|
E. Zedillo
|
23
|
9
|
2000
|
V. Fox
|
6
|
6
|
2006
|
F. Calderón
|
<1
|
5
|
Luis Echeverría fue presidente a partir de 1970 en un momento de doble
complicación. La economía tenía un bajo desempeño y retiraba así una de las
fuentes de legitimidad del sistema político mexicano.
Y, para complicar las cosas, el ambiente político derivado del 68
indicaba que el ciudadano urbano pensaba que el gobierno era autoritario. Las
medidas populistas de este presidente tuvieron un efecto contrario, lo que
empeoró la situación del sistema político mexicano, al que tomó López Portillo
para dejarlo aún más débil, con la crisis de un gobierno en quiebra en 1982.
A partir de ese momento comienzan cambios importantes de política
económica. De la Madrid mantiene la gobernabilidad pero no resuelve las
consecuencias de la crisis y Salinas realiza cambios impensables, sobre todo
abriendo al país al comercio internacional y privatizando empresas.
El descontento político se mantiene, pero es canalizado a los partidos y
con cambios en leyes e instituciones electorales en 2000 el presidente Zedillo
reconoce la victoria panista a la presidencia.
El sistema político mexicano tuvo una evolución de unos 70 años, con su
apogeo en los 40 y 50, comenzando un desvanecimiento en extremo lento a partir
del final de los 60 y que duró hasta el fin del siglo.
Las crisis de 68 con Díaz Ordaz, de 76 con Echeverría, de 82 con López
Portillo, de 87 con de la Madrid, de 94/95 con Salinas/Zedillo tuvieron su
efecto indudable.
Una cruda medida de la evolución del sistema político mexicano puede ser
vista en este cuadro (calculado con los datos que presenta Lucrecia Lozano).
Llama la atención la gran reducción del diferencial de votos del candidato
ganador en relación a su más cercano competidor calculado en la tercera
columna.
De la gobernabilidad del país por medio de un sistema de partido de
estado, la transición democrática fue dándose de manera muy gradual.
L. Woldemberg señala problemas que originaron el cambio: restricción de
libertades políticas, carencia de competencia electoral, representación
defectuosa, es decir, faltaba democracia.
La transición no fue gratuita ni apacible; los problemas anteriores
fueron sustituido por otros, nuevos y desconocidos, como la necesidad de llegar
a acuerdos entre y dentro de los poderes.
Militar – civil – profesional
Llama la atención el hecho de la ausencia de militares en los gobiernos
mexicanos. Los militares formaron al principio uno de los sectores del PRI,
pero pronto fueron retirados de esa estructura corporativista para adoptar un
papel institucional, apartidista.
Es notable este rasgo, que como señala Lucrecia Lozano, contribuyó a
dificultar el entendimiento del sistema político mexicano a los estudiosos: un
gobierno autoritario sin militares no es el caso clásico dado en el resto del
continente y, más aún, suavizó su carácter autoritario.
López Montiel incluso usa la palabra “subordinación” al hablar de los
militares con respecto a los civiles en el gobierno.
El sistema político mexicano es un sistema civil, sin militares. Su
autoritarismo es ejercido por civiles, muchos de ellos con estudios
universitarios de leyes y de la UNAM, la llamada “máxima casa de estudios” del
país.
Si bien entre los gobernantes iniciales había gente sin estudios y se
prefirió como presidente a quienes habían ocupado puestos de elección popular,
más tarde la presidencia fue ocupada por los llamados “tecnócratas” sin
experiencia electoral pero estudios universitarios altos.
Recientemente S. Sarmiento (Grupo Reforma 27 noviembre 2006) comentó
que,
“Hubo un tiempo en
que los egresados de la Universidad Nacional Autónoma de México dominaban todo
el sistema político mexicano. Era muy difícil encontrar a un graduado de
cualquier otra institución educativa… Si Carlos Salinas de Gortari fue el
primer Presidente economista, pero era todavía egresado de la UNAM, Ernesto
Zedillo, también economista, fue el primer Presidente en más de medio siglo en
provenir… del Instituto Politécnico Nacional. Vicente Fox… terminó, de manera
muy tardía… una licenciatura en Administración de Empresas de la Universidad
Iberoamericana… Felipe Calderón… es una vez más abogado… Pero es egresado de
esa Escuela Libre de Derecho que siempre ha sido rival de la Facultad de
Derecho de la UNAM….
“Otras
instituciones cuentan con un solo representante cada una en el nuevo gabinete:
la Escuela Libre de Derecho tiene a Javier Lozano de Trabajo, la Universidad
Autónoma de Yucatán a Beatriz Zavala de Desarrollo Social, el Tecnológico de
Ciudad Guzmán a Alberto Cárdenas de Agricultura, la Universidad Iberoamericana
a Josefina Vázquez Mota de Educación, la Universidad de Guanajuato a José Ángel
Córdoba de Salud y la Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar de
Ciudad Juárez a Alberto Escobar Prieto de Reforma Agraria. El único egresado de
la UNAM en las 12 primeras designaciones es Juan Rafael Elvira Quesada, el
nuevo titular de la Secretaría de Medio Ambiente… El énfasis en la enseñanza
del marxismo como dogma hace mucho tiempo hizo que se deteriorara la calidad de
la Facultad de Economía de la UNAM. El ITAM y el Tec de Monterrey han sido
mejores por décadas”.
Partido de estado
La falta de una línea divisoria entre un partido y un gobierno es rasgo
central de un partido de estado; y eso fue el PRI, ganador de elecciones durante
décadas y mezcla llamativa de apariencias demócratas y realidades autoritarias,
cuyo antecedente claro fue el Porfiriato.
La ausencia de militares, la realización de elecciones, la presencia de
división del poder y del federalismo formó una combinación que recibió
denominaciones poco comunes, como “dictablanda” y “dictadura perfecta”, esta
última la famosa expresión de Mario Vargas Llosa.
Hasta otros partidos políticos había, cumpliendo un deber de oposición
por definición, creyendo en la imposibilidad de ganar elecciones, que
puntualmente se realizaban a todos los niveles.
El partido de estado era integrador: cubría los sectores definidos según
la creencia de una sociedad claramente posible de clasificar en grupos. El
sector obrero, el sector campesino, el popular, la burocracia; con la notable
ausencia del sector privado o empresarial.
El PRI fue una especie de árbitro en el juego entre sectores, entre
quienes había preferencias notables; por ejemplo, los sindicatos eran
preferidos ante las empresas y favorecidos con leyes laborales inclinadas en
favor de los trabajadores.
López Montiel apunta sobre el origen del PRI: el PNR es un pacto
político que agrupa a la mayoría de las las fuerzas del país en un sólo
partido, lo que hace posible que Calles sea el centro del control y trate de
retenerlo siendo el poder detrás de la silla presidencial, a lo que Cárdenas se
opone y tiene éxito.
El sistema político mexicano está sustentado en un partido que no es
político; es un partido convertido en gobierno, indistinguible de la autoridad.
Y el resto de los partidos tampoco lo son en realidad; son la oposición
entendida como una necesidad de apariencias: todos entienden y aceptan que no
llegarán al poder. El sistema político mexicano no tiene partidos políticos
como los puede tener EEUU o el Reino Unido.
Presidencialismo – división de
poderes
E. Krauze habló de la “presidencia imperial”. Palabras afortunadas para
entender otro rasgo, doble, del sistema político mexicano: el presidente,
mientras dura en esa posición tiene poderes ilimitados, pero existe un relevo
cada seis años, sin excepción.
Se habló de “monarquía presidencial”, pero sexenal y no más de eso. Gran
poder, por encima de las leyes y la división del poder, pero no más allá de los
seis años marcados como sagrados.
La concentración del poder en el presidente puede ser vista como una
continuación lógica del rasgo mencionado antes: la predominancia de una
concepción política jerárquica mucho más que igualitaria, en la que unos mandan
y otros obedecen.
El emperador azteca, el virrey español, el dictador reelecto una y otra
vez, el partido de estado, todo eso tiene un efecto en la concepción
presidencialista. El presidente está por encima del resto de los poderes.
Es decir, no existe democracia propiamente hablando, pues el presidente
domina al legislativo y al judicial, además de los gobernadores de los estados.
El presidente del sistema político en esos tiempos mexicano no es un
caudillo sino un político que adquiere poder por estar en la silla presidencial
y lo pierde al dejarla. Es el puesto lo que importa, no la persona.
El puesto ocupado es oficial, reconocido y respetado; en extremo
poderoso y con capacidades más allá de las leyes, pero con una limitación
severa: es imposible prolongar el mandato. El llamado a la no reelección, hecho
por Madero, es escrupulosamente respetado. El poder del presidente es legal,
formal y sostenido por las instituciones.
Señala Lucrecia Lozano que el presidente no es el servidor de la nación
como lo indicaría su puesto de “primer mandatario”, sino un personaje temporal
de amplios poderes, árbitro último de conflictos, distribuidor de beneficios y
fuente de medidas represivas.
No puede ser criticado públicamente, aunque popularmente sea sujeto de
crueles bromas como sucedió con Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
El presidente dentro del sistema político mexicano es además la cabeza
del PRI, el partido de estado y por eso amplía su poder pudiendo designar a su
sucesor: el llamado “dedazo” y que era antecedido por el “tapado”, ése hombre
ya seleccionado pero cuya identidad desconocen todos excepto el presidente.
Además el presidente también da la aprobación última a las listas de
legisladores federales y estatales, incluyendo gobernadores e incluso alcaldes.
La división de poderes es superficial y formal, de apariencia sólo,
porque es el presidente quien domina totalmente. El legislativo y el judicial
son actores muy secundarios. Igualmente aparente es el federalismo que en
realidad disfraza una realidad centralista. No hay un arreglo democrático, sino
corporativista y centralizado.
El sistema político mexicano tiene un rasgo claramente presidencialista.
Coloca poder con escasas limitaciones en la persona que ocupa la silla y retira
a la división de poderes.
Con este rasgo abre la posibilidad al llamado “estilo personal de
gobernar”, expresión de Manuel Cosío Villegas al hablar de Echeverría. Cada
presidente impone sus ideas y estilos, incluso cambiando las creencias
doctrinarias de su partido.
Cada seis años el país cambia y naturalmente, antes del cambio e
ignorando cuál sea, el país entra en compás de espera.
Corporativismo – Legitimidad
Si un gobierno en un sistema democrático justifica su aceptación
universal por medio del voto y un estado de derecho, el sistema político mexicano tuvo otra fuente de
legitimidad, la paz social, el crecimiento económico y la disponibilidad de
arreglos pacíficos entre grupos y sectores.
Fuera de la luz pública, con escasa libertad de expresión, el sistema
político mexicano fue capaz de brindar un medio ambiente de estabilidad
política dentro del que casi todos cabían y podía llegarse a arreglos entre
grupos opuestos.
Una especie de gran árbitro inapelable al que se sometían esos grupos.
Y, más aún, eran receptores de favores y privilegios a cambio de lealtad al
PRI, oculta o abierta.
Lázaro Cárdenas (1934-1940) tomó al PNR y lo trasforma en 1936 en el
Partido de la Revolución Mexicana imprimiendo su sello: la sociedad como la
entiende este presidente no está formada por
personas individuales y diferentes, sino por grupos y, por eso mismo, el
partido debe representar a esos grupos.
El PRM es un partido corporativista y sectorial, de estado.
Incluye a los obreros, los campesinos, el sector popular y, por corto
tiempo, a los militares. Los sindicatos, las asociaciones agrarias, los
organismos populares conforman al PRM en un juego de mutuo beneficio:
privilegios a cambio de reconocimiento.
Se le llama cardenismo y tiene connotaciones sagradas: es el “tata” el
que manda, y él ordena la propiedad ejidal, la educación socialista, los
privilegios obreros, la intervención estatal en la economía, la reforma
agraria, la estatización de ferrocarriles y petróleo.
En pocas palabras, el gobierno es la nación y el gobierno es el PRM.
No es una cuestión de ganar elecciones entre varios partidos, sino una
de reconocimiento de la legitimidad por la concesión de subsidios, seguridad
social, salario mínimo, prestaciones laborales, concesión de tierras.
Su influencia perdura hasta la actualidad y se ilustra muy bien en el
reclamo de los ciudadanos que ante cualquier problema dicen que “el gobierno
debe hacer algo”. La iniciativa personal no está dentro de la concepción del
partido-gobierno.
No existía división de poderes, pero el sistema político mexicano dio
entrada a corporaciones representantes de grandes sectores sociales de mayorías
que reconocieron al gobierno y su legitimidad. El sistema político mexicano era
extraño y oculto, pero sus resultados eran tangibles: paz social, crecimiento y
favores sectoriales. Los conflictos se resolvían sin desorden público en la
inmensa mayoría de las ocasiones.
Y sin duda, había talento político y prudencia en la clase política, la
que no exhibió como regla personalismos extremos.
López Montiel señala que el sistema político mexicano fue excepcional en
la naturaleza de su autoritarismo. Si un atributo del autoritarismo es la
concentración del poder en unas pocas personas, el sistema político mexicano
admitió a un número mayor en la toma de decisiones.
Y apunta también que la esencia del corporativismo del sistema político
mexicano se fundó en la reciprocidad: los sectores que reconocían a la
autoridad eran sus aliados a cambio de apoyos y beneficios y con una admirable
capacidad de inclusión de grupos, incluso antagónicos, bajo su autoridad.
El corporativismo hacía las veces de contrapeso al poder, con la CTM y
su largo tiempo líder, Fidel Velázquez. Los grupos corporativos se hacían
escuchar y las decisiones, tras bambalinas, eran respetadas. Esto originó la
costumbre mexicana de encontrar explicaciones en acuerdos ocultos entre grupos
políticos, pues lo ventilado en la prensa no era creíble.
Y arraigó también la noción de entender a los presidentes como
personajes todopoderosos, que debían tener capacidades y poder elevado para
cumplir sus funciones. La noción de la separación de poderes fue totalmente
ajena a la población gobernada.
Aislamiento -Globalización
Por la adopción de una política económica proteccionista, el país se
aisló del mundo, viendo hacia adentro y creyendo que poco de lo que sucedía
fuera era capaz de afectar a la nación. Era un nacionalismo emocional que
remarcaba la idea de que “como México no hay dos”, a lo que con sarcasmo solía
responderse “por fortuna”.
Quizá hay en esto alguna dosis del recelo al extranjero proveniente del
patriotismo criollo y que exalta al mismo tiempo el nacionalismo. La visión
mexicana fue interna, ensimismada en su historia de héroes perfectos y villanos
claros, vueltos clisés, de la Independencia, la Reforma, o la Revolución de la
que el PRI era heredero único.
La política exterior estaba sustentada en el principio de “no
intervención”, dejar a cada país sólo sin importar lo que dentro sucediera y
que tenía su correspondencia local: también México debía ser dejado sólo.
Intervencionismo – Liberalismo
La mentalidad socialista imperó notablemente, caracterizada por el
intervencionismo estatal en los procesos económicos.
El estado podía y debía controlar a la economía, lo que fue muy notable
al aplicar el cierre de fronteras a las importaciones con el objetivo de
proteger a las empresas y permitir así una industrialización mayor y más veloz
que la que se pensaba podía obtenerse con fronteras abiertas.
La política intervencionista tuvo variaciones grandes: en el sexenio de
L. Cárdenas y en los de Echeverría y López Portillo llegó a puntos elevados,
que fueron reducidos gradualmente a partir de los años 80, notablemente en
terrenos de comercio internacional, pero sin aún modernizar la economía
interna.
El intervencionismo o dirigismo económico es, por tanto, un rasgo del
sistema político mexicano, incluso hoy en día, con el gobierno regulando las
actividades económicas.
En los fuertes cambios a partir de Salinas, el país liberalizó su
economía exterior, pero la interior
mantiene fuertes dosis de intervencionismo que favorecen a grupos
corporativistas, especialmente poderosos sindicatos de educación, salud, burocracia
y energía; pero también grupos empresariales de gran poder.
A pesar de las afirmaciones que sostienen que México aplica medidas
liberales en su economía, la realidad es muy distinta: el gobierno sigue
siendo una entidad en extremo poderosa en su faceta económica.
Separación entre gobierno y
ciudadanos
Otra característica del sistema político mexicano es la distancia que
marca entre gobernantes y gobernados, en buena parte derivada de la
concentración del poder en un partido de estado.
Los ciudadanos comprenden al gobierno como un ente separado, distinto a
ellos, lo que impide el desarrollo de nociones políticas en la población: la
democracia es entendida como un reclamo que evita el autoritarismo y se limita
a reconocer victorias electorales de partidos distintos al PRI; no muy
diferente al clamor de Madero y el sufragio efectivo.
La democracia como una herramienta de división del poder no es conocida,
pues las elecciones se centran únicamente en el asunto de la selección del
mejor candidato a presidente, ése en el que pueda confiarse totalmente para
conducir al país.
Igualmente, la idea de gobierno creada en el ciudadano es la de un
distribuidor de favores ante el que se presentan reclamos “sociales” que la
autoridad debe satisfacer como su labor esencial
Para los gobernantes, gobernar es ejecutar y ordenar sin procesos
formales democráticos. Los miembros del PRI se acostumbraron a ganar y los de
partidos de oposición a ser eso sólo. El sistema político mexicano distanció al
gobierno de los ciudadanos y la clase política se convirtió en una elite
separada.
Legalidad – ilegalidad
La distribución de privilegios, el favorecer a grupos, la
discrecionalidad de las decisiones, la falta de división de poderes, la
autoridad presidencial sin contrapeso, produjeron lo natural: corrupción e
impunidad. Ser político se convirtió en sinónimo de millonario y fuente de
poder por encima de la ley.
El sistema político mexicano, actuando de esa manera durante la
existencia del partido de estado, fomentó el entendimiento de la ley como una
formalidad molesta, que podía ser ignorada por todos pagando un cierto precio.
Por tanto, la idea de un estado de derecho es ajena a la cultura
política mexicana. El gobierno, más aún, descuidó notablemente su función
central, la de los servicios de policía y tribunales —un padecimiento cuyos
resultados se ven hoy en día con una criminalidad creciente.
Personas – ideas
Si las luchas por el poder durante la independencia, entre liberales y
conservadores, se sostenían en credos políticos diferentes ajenos a las
personas, las luchas por el poder posteriores a la caída del Porfiriato se
sostuvieron en personalismos y no en ideas.
El Porfiriato es una buena ilustración de la pérdida de los ideales
políticos. Díaz en su apariencia sostuvo un gobierno democrático, con
elecciones puntuales, pero que en la realidad pacificó a la nación con mano
dura, retirando de la escena a opositores.
No muy diferente de las acciones del PRI como partido de estado, también
con elecciones puntuales en todos los niveles y una constitución que establece
la división del poder y el federalismo; pero que en realidad mantenía un firme
control de la situación, por métodos extralegales si era necesario.
Ya no hay en el siglo 20 ideales abstractos de política, como el
conservadurismo y el liberalismo. Ahora los “ismos” son personales: villismo,
zapatismo, carrancismo, callismo, cardenismo; incluso en la actualidad se
aplica la idea con el salinismo, zedillismo, foxismo.
Quizá esto sea un síntoma de carencia de ideales: todo se reduce a
personas en el poder imponiendo sus ideas e intereses.
Existe un cierto entendimiento primitivo al respecto de las ideologías
políticas de los partidos, pero la importancia mayor es dada a las personas en
sí mismas sin considerar sus ideas; la mayoría de las discusiones sobre
candidatos se dan sobre bases personales y no ideológicas.
A lo más que se llega es a un entendimiento vago de posiciones de
izquierda o derecha. Consulta Mitofsky reportó en noviembre de 2006 que “Los
ciudadanos ubican en la izquierda al PRD y en menor medida al PT; en la derecha
está claramente el PAN y un poco el PRI; el resto de los partidos no pudieron
ser ubicados en el espectro izquierda-derecha por los ciudadanos”.
Laicismo – separación iglesia y
estado
La inmensa mayoría de los mexicanos, según los censos, son católicos, si
bien algunas investigaciones indican bajos niveles de práctica religiosa. Es
obvio que la Iglesia Católica es, bajo esas circunstancias, un centro de poder
político, lo ejerza o no, en la que existe un nivel de confianza mucho mayor
que en otras instituciones de gobierno.
Las relaciones entre ella y el gobierno mexicano, a partir de la
Reforma, fueron en extremo tensas y ásperas y se han mantenido así hasta
finales del siglo 20, coincidiendo con la pérdida del poder del PRI.
La fundación del PNR en 1929 y el anticlericalismo de muchos de los
personajes políticos del momento causaron severos conflictos con la Iglesia
Católica, los que terminaron en una situación de tolerancia mutua tensa y llena
de enemistad; poco antes de la fundación del partido sucedió el conflicto
cristero, lleno de violencia y crueldad.
El sistema político mexicano elevó a rango constitucional la educación
laica, ajena a toda religión y con obvia referencia al catolicismo. Esto tuvo
un efecto secundario importante: alejó de la educación pública las cuestiones
morales, las que fueron llenadas con conceptos cívicos derivados de la
exaltación de la Revolución y el pasado indígena.
Ha sido parte esencial del sistema político mexicano el laicismo extremo. Más allá de la separación
iglesia – estado, fue enemistad con la Iglesia Católica, muy suavizada hacia
finales del siglo, lo que creó el alejamiento de fuentes de instrucción moral
de la educación pública.
Centralismo – Federalismo
Si el presidente es el centro del sistema político mexicano y desde allí
se giran las órdenes dentro de un sistema corporativista, es natural que el
centro del país sea la capital.
Es decir, se mantiene la tendencia de siglos atrás: la capital es el
corazón y el cerebro del país a pesar de la fachada federal. Allí se toman las
decisiones que afectan al resto y es el sitio principal de negocios, donde se
logran los permisos y se obtienen los favores.
A esto se añade el efecto de la política proteccionista que al ignorar
el comercio exterior hace eficiente la apertura de empresas en los grandes
centros urbanos, lo que hace crecer a la capital y su área metropolitana para
convertirla en el centro político y de negocios.
El sistema político mexicano tuvo una fachada federal, pero actuó de
manera centralista, con los estados subordinados al presidente. En su lenta
transición, el poder de los estados se ha elevado dando un papel de mayor
importancia a los gobernadores.
![http://contrapeso.info/revista/wp-content/uploads/2010/08/contrapeso_dot.jpg](file:///C:/Users/Pao/AppData/Local/Temp/msohtmlclip1/01/clip_image011.jpg)
3. LA ACTUALIDAD
Si al inicio del sistema político mexicano de partido de estado, la
nación era principalmente rural, para finales del siglo 20 era mayoritariamente
citadina, notablemente más educada y con una clase media importante.
Si bien con muy escasa cultura política, muchos ciudadanos eran capaces
de ver la naturaleza del sistema político mexicano, uno de muy escasas
libertades y claros rasgos autoritarios.
A la actualidad se llega por medio de reformas electorales que inician a
final de los 70, con el gobierno de López Portillo quien llegó al poder como
candidato único a la presidencia, sin competencia de partidos de oposición.
Hubo reformas posteriores que fueron refinando las reglas, con un
clímax en 1996, cuando las instituciones electorales dejan de ser apéndices del
gobierno y se vuelven independientes.
Mucho antes, diez años después de la fundación del PNR en 1929, es
fundado el PAN en 1939; en 1946 el PRM se convierte en el PRI.
Según señala Lucrecia Lozano, de 1930 a 1970, los partidos son escasos:
PRI, PAN, el Popular Socialista y el Auténtico de la Revolución Mexicana. En la
década de los 70 hay cinco en total, los mismos que en los 80. Las leyes
electorales tienen efecto en los 90 cuando existen 9 partidos, casi el doble
que en las dos décadas anteriores.
Algo similar ocurre en la primera década del siglo 21, cuando tres de
ellos logran lugares de gran influencia: PRI, PAN y PRD, éste último fundado en
1990 por disidentes del PRI de clara tendencia socialista.
Este es un rasgo de la actualidad. Ya no existe el sistema político
mexicano que se conocía y ha comenzado el nacimiento democrático con variedad
de partidos, unos principales y otros accesorios, como el Partido del Trabajo
fundado en 1991, con ideas iguales a las del PRD y aliado de éste en las
elecciones de 2006; o como el Verde Ecologista fundado también en 1991, aliado
del PAN en 2000 y del PRI en 2006.
Muchos partidos, quizá demasiados, con tres preponderantes y el resto de
supervivencia basada en lograr alianzas con los mayores y no representar una
posición política propiamente.
Del sistema de partido único se ha transitado al régimen de partidos
múltiples y en competencia. Las elecciones son eventos mayores y no se sabe con
anticipación los ganadores como sucedía antes.
Las campañas electorales son ya similares a las de otros países,
incluyendo fuertes ataques mutuos entre los candidatos y se dan debates entre
ellos también.
La realidad es un poder legislativo sin mayoría que facilite las
funciones presidenciales, al contrario: el legislativo al menos por lo visto
desde 1997 cuando el PRI perdió la mayoría de los diputados se convierte en una
agencia de protestas contra el presidente, en cuyo recinto incluso se le hacen
burlas; muy notable fue la actuación del PRD impidiendo la entrada de Fox para
dar el informe presidencial en 2006 y también intentando impedir la toma de
posesión del persidente electo, lo que no logró. Antes, Fox en el inicio de su
carrera política, había realizado mofa del presidente.
Del sistema presidencialista se ha transitado a uno de poderes divididos
en realidad y para el que las costumbres y mentalidades políticas parecen no
haber estado preparadas.
Un sistema de poderes divididos requiere habilidades de negociar,
acordar, consensar, las que no fueron desarrolladas en el sistema anterior.
Antes los roles políticos eran más sencillos: unos estaban en el poder
para imponerse y los otros estaban en la oposición para eso, oponerse a lo que
los primeros decían. Los procesos son ahora más complejos y necesitan de lo
inusual anteriormente, de la comprensión del ceder en las posiciones propias.
No sólo negociar dentro del legislativo, sino entre todos los poderes y
sus agentes. Fox, por ejemplo, ha sido criticado por su inhabilidad para
establecer relaciones razonablemente cordiales con el legislativo, y el
legislativo de oponerse sistemáticamente al ejecutivo.
En su discurso inaugural, Calderón confirmó su énfasis en la concordia y
unión de fuerzas políticas, un punto de severo contraste contra su antecesor.
Se tiene, por tanto, una clara pero no asimilada reducción del poder
presidencial. Aunque las expectativas de muchos ciudadanos siguen centradas en
la vieja concepción del presidente, la realidad es una división del poder muy
bien ilustrada en las malas relaciones que Fox tuvo con los legisladores.
Y más aún, en la medida en la que el gobierno ha perdido poder de
intervención económica, el presidente lo ha perdido también. Quienes
parecen haber ganado poder, al menos en relación al gubernamental son los
grupos corporativistas, como sindicatos y empresas, que intentan influir en el
gobierno logrando favores sectoriales.
L. Woldemberg ha enfatizado la lentitud de la transición democrática,
iniciada en 1977, según apunta al reconocerse a los partidos políticos y
establecerse la representación proporcional; en ese año todos los senadores
eran del PRI y el 85% de los diputados también. Y apunta algo notable: no se requirió
otra constitución, sino que la existente comenzó a ser aplicada.
López Montiel apunta otro rasgo más: el neocorporativismo, es decir, la
ampliación de los grupos con acceso a ser escuchados por el poder político. Ya
no son los sectores tradicionales del sistema político mexicano, ahora son más
e introducen mayor pluralidad. Rasgo que L. Woldemberg apunta como el problema
central, con tres partidos principales que no dan mayorías legislativas y
compiten fuertemente por la presidencia.
La atención principal de la transición fue puesta en las cuestiones
electorales y no en los asuntos de funcionamiento de gobierno, otro punto
señalado por L. Woldemberg.
Las elecciones han sido ejemplares, pero el funcionamiento del gobierno
ha fracasado, provocando estancamiento en la aprobación de medidas conducentes
a la modernización del país.
Frente al futuro, México tiene una lista de pendientes a realizar. Uno
de ellos, sin duda el mayor, es el establecimiento de un estado de derecho y
respeto a la ley, destinado a combatir la inseguridad, la impunidad, la
corrupción, el narcotráfico, las marchas ilegales. Las primeras medidas del
gobierno de Calderón apuntan en esta dirección, enviado al ejército a estados
en los que el crimen es rampante.
Otro es la larga lista de medidas modernizadoras en los terrenos
económicos: pensiones y salud, laboral, energética, fiscal, educativa,
financiera, minorías, telecomunicaciones y registro de propiedad. A lo que hay
que añadir la llamada reforma de estado, cuyo objetivo es el establecer reglas
internas de gobierno que faciliten su operación.
![http://contrapeso.info/revista/wp-content/uploads/2010/08/contrapeso_dot.jpg](file:///C:/Users/Pao/AppData/Local/Temp/msohtmlclip1/01/clip_image011.jpg)
4. APENDICE
La democracia es una forma de gobierno cuya esencia es la división del
poder político; ese poder es dividido en el tiempo por medio de elecciones
periódicas, en el espacio por medio del federalismo o autonomías locales y en
sus funciones: ejecutivo, legislativo y judicial. El poder político mexicano
usa esa división del gobierno.
Poder ejecutivo
El presidente es la cabeza de la administración federal. Bajo su mando
están las secretarías de estado y las dependencias que de ellas dependen, más
las entidades paraestatales y equipos de asesores. Como se ha comentado antes,
la hegemonía del presidente ha disminuido notablemente.
Poder legislativo – diputados
Una de las dos cámaras del legislativo federal o Congreso de la Unión,
formada por diputados, 500 de ellos elegidos cada tres años totalmente y sin
posibilidad de reelección inmediata:
• 300 de mayoría relativa, uno por cada distrito electoral.
• 200 de representación proporcional de acuerdo a los votos recibidos
por cada partido siempre que sea superior al 2% de la votación.
El 60% de ellos, por tanto, pueden verse como representantes ciudadanos;
pero el 40% restante son más bien representantes de partidos.
Poder legislativo – senadores
La otra de las cámaras del Congreso de la Unión, formada por 128
senadores elegidos cada seis años totalmente y sin posibilidad de reelección
inmediata:
• 64 por mayoría relativa, dos por cada entidad política del país.
• 32 de primera minoría, uno por cada entidad para cada partido en el
segundo lugar de la elección.
• 32 de representación proporcional, nombrados según la proporción de
votos en la elección para senadores.
El 50% de ellos pueden considerarse representantes de los ciudadanos;
pero la mitad restante son más bien representantes de sus partidos.
Esta estructura convierte a esta cámara y a la de diputados en
instituciones muy inclinadas a representar partidos más que ciudadanos y por
ello distorsionan sus metas de representación popular.
Poder judicial
Con una composición compleja de variados niveles, este poder tiene dos
órganos centrales, la Suprema Corte de Justicia y el Consejo de la Judicatura
Federal. Igual que el poder legislativo, este poder tuvo un muy limitado papel
en la vida política mexicana hasta los últimos años del siglo 20, incluso con
fallos contrarios al ejecutivo.
Partidos políticos
Son considerados como entidades de interés público y la vía por la que
el ciudadano puede acceder al poder político. La historia de los partidos
políticos indica la existencia de dos tipos de ellos.
Los de corta duración sin gran sustento electoral que se mantienen
gracias a alianzas con los partidos mayores, o que desaparecen. Y los partidos
mayores, un grupo claramente formado por el PAN, el PRI y el PRD y que dominan
las cámaras del legislativo.
El PRI ya sin ser un partido de estado dice que “La fórmula
de la democracia y justicia social identifica la posición ideológica del PRI”; se trata de un
partido con grandes vaivenes ideológicos, quizá bien identificado ahora como de
centro muy amplio que se inclina a la izquierda.
El PAN ganador de las
elecciones en 2000 y 2006 dice que “centra su
pensamiento y acción en la primacía de la persona humana, protagonista
principal y destinatario definitivo de la acción política. Busca que el
ejercicio responsable de la libertad en la democracia conduzca a la justicia y
a la igualdad de oportunidades para la consecución del bien común”.
Se le califica de un partido de derecha, aunque hay evidencia de ser mucho más de centro de lo que
comúnmente se cree.
El PRD se define a sí mismo
como uno para “recoger las aspiraciones,
intereses y demandas de la ciudadanía, en especial de quienes sufren la
explotación, la opresión y la injusticia. Se compromete con las mejores causas
del pueblo, de la Nación y sus regiones, para construir una sociedad
justa,igualitaria y democrática que tienda a suprimir la explotación del hombre
por el hombre”.
Se le considera como un partido de izquierda que aglutina muy diversas
corrientes de ese tipo.
En México, por tanto, no existe ahora un partido grande de corte
liberal. Más aún, los partidos existentes tienden con firmeza a evitar hablar
de su posición ideológica, sea izquierda, centro, o derecha. Suelen contestarse
con frases vagas que hacen propuestas de progreso, bienestar, justicia, igualdad,
sin aceptar la corriente intelectual a la que pertenecen.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario